Mediante la transmisión de costumbres y
tradiciones, un grupo intenta asegurar que las generaciones más jóvenes den continuidad a los
conocimientos, valores e intereses que los distinguen como grupo y los hace
diferentes a otros. Y cuando te marchas al extranjero, esta necesidad aún se hace
más patente y sientes la necesidad de que tus raíces no sean olvidadas.
En mi caso, cuando hago
memoria, recuerdo un montón de actividades familiares que aún hoy,
sólo con recordarlas, me producen alegría y felicidad. Por ejemplo, cada
Nochebuena nos reuníamos en casa de mis abuelos y hacíamos “cagar al Tió”, o
cada 6 de enero por la mañana esperaba la chocolatada de Reyes con sus churros y
“Tortell” (además de los juguetes, claro), o comer tortilla de patatas casera y hacer un pica-pica viendo el Barça, el
desayuno “inglés” con mis padres (y nuevos miembros posteriores), el helado que
nos zampábamos mi madre y yo el día que íbamos a buscar los libros del cole… Rituales
que cuando los recuerdas, te dibujan una sonrisa en la cara.